Alumnos hablando

La autoridad del profesor

Por Jose Antonio Marina

Comienza el curso. Y con él, las entradas semanales de este blog. Las encuestas nos dicen que las dos cosas que preocupan más a los profesores son la disciplina en el aula y la falta de motivación del alumnado.  También a mí me interesan, tanto que he dedicado un libro a cada uno de esos temas.

Pero este blog me permite bajar desde las tranquilas páginas de un texto, a las agitadas aguas de un aula. O, como diría nuestro clásico: “pasar de las musas al teatro”.

¿Cuáles son las mayores dificultades que encontráis para ejercer la autoridad o para animar a vuestros alumnos?¿Qué  métodos os han funcionado bien? ¿Conocéis a algún maestro especialmente hábil en resolver estos problemas? ¿Cómo lo hace?

Lo que me interesaría es aprovechar la sabiduría práctica que hay dispersa en todos nosotros, y que nos convendría compartir. Por estas razones, pretendo dedicar varias entradas semanales de este blog a tratar el tema de la autoridad y el de la motivación.

Todos nos hemos quejado de la falta de autoridad del profesor. Sin embargo, hay una pregunta complicada de responder: ¿quién debe darnos la autoridad? Me gustaría reflexionar sobre este asunto, no tanto para atribuir responsabilidades como para encontrar remedios.

Antes de nada, conviene aclarar el significado de las palabras porque de lo contrario las posiciones se vuelven confusas. Como ejemplo, citaré a dos expertos españoles. Ezequiel Cabaleiro: “Una institución docente se gobierna ante todo por la autoridad”. Julio Carabaña: “Quienes recurren a la autoridad son unos incapaces que no saben enseñar”. ¡Empezamos bien!

Desde los romanos, la autoridad se distingue del poder. El poder se impone mediante medios coactivos. El poder del profesor es suspender, expulsar o imponer cualquier otra medida disciplinaria.  La autoridad en cambio se impone mediante el respeto. La autoridad de una persona –por ejemplo, de quien ejerce una función jurídicamente reconocida, un juez, un docente o los padres- tiene dos raíces. La primera es la “autoridad conferida por la función”.

Ser juez supone estar investido del respeto que la ley merece. Ser docente supone igualmente estar investido del respeto que la escuela merece. Lo mismo sucede con la patria potestad.

Cuando una institución goza de  respeto social, ese respeto se transfiere a sus protagonistas y ejecutores. En ese caso, ni el juez ni el docente ni los padres tienen que justificar su autoridad: la institución les protege. Cuando esta pierde prestigio, la autoridad recibida se pierde también. Eso es lo que está pasando en toda Europa. Hay un descredito institucional que se transmite a los miembros de cada institución.

Pero esto no es todo. Hay también una “autoridad personal”, la que deriva  de la propia competencia. Es la que funciona cuando decimos “es una autoridad en medicina”.  Este es el dominio en que nosotros podemos actuar directamente: debemos mostrar que somos “autoridades en educación”.

Así pues, la autoridad del profesor –o del juez, o de los padres o de los políticos- tiene una doble fuente: institucional o personal. Si queremos recuperar la autoridad –es decir, el respeto- debemos actuar en los dos niveles.

En el próximo post hablaré de cómo podemos conseguir que la institución docente, la escuela, sea respetada.

Nos conviene que este tema salga de la escuela y se plantee en la sociedad en general, porque su intervención es imprescindible, como veremos. Por eso, sería estupendo que difundiérais este asunto en vuestro entorno. Yo intentaré hacerlo en los medios de comunicación. Si somos lo suficientemente tenaces, tal vez consigamos que cambien muchas actitudes.

Comentarios

jose antonio marina19:24, 30/09/2013

José Carlos, tienes razón en tu entusiasta asunción de responsabilidades. Nosotros, los de la trinchera, debemos comenzar. Pero, además, debemos buscar buenos aliados. En primer lugar, dentro del Centro. No nos damos cuenta del poder que tiene un claustro unido, colaborador, con un proyecto compartido. Hablaremos de esto.

De acuerdo con Pedro y con José Antonio. Ante las circunstancias que vivimos son muchos los compañeros que “tiran la toalla”, y para la desilusión y la inhibición de funciones siempre hay causas -o excusas-. Como también es cierto que la clave está en que “cada palo aguante su vela”. Pero los profesionales de la educación, los soldados de infantería que conocen las trincheras, somos nosotros. Esa regeneración necesaria ha de partir de nosotros como profesionales. Ante las dificultades con las que nos enfrentamos solo caben dos opciones: o somos parte de la solución o lo somos del problema. Como dice Pedro, la clave está en que cada uno reflexione sobre cómo contribuir a que esto vaya mejor y no desgastar nuestras ilusiones y energías en quejarnos permanentemente. Cuando el profesor entra en el aula y se cierra la puerta, todo queda atrás; es como cuando se apagan las luces en el teatro, empieza la magia que cada uno somos capaces de crear, esa en la que todo es posible.
Podemos esforzarnos en formar equipo y generar sinergia con nuestros compañeros aunando criterios y actitudes. Podemos regenerar el respeto hacia la docencia a través de nuestras conversaciones con los padres. Podemos entrar cada mañana en el aula con una sonrisa. Sí, es mucho lo que podemos hacer. Seguimos hablando…

jose antonio marina14:30, 25/09/2013

Respuesta a Jose Carlos Aranda: los casos reales que cuentas muestran a lo vivo que la sociedad debe reconocer su responsabilidad en el descrédito de la escuela. En el post que colgué después de este, hablo de ello. Y en el siguiente hablaré de la responsabilidad de los padres, para terminar después con la responsabilidad de los profesores. Que cada palo aguante su vela.

jose antonio marina14:23, 25/09/2013

Respuesta a Isidro: Creo que has centrado estupendamente el tema. En la escuela, como en la familia, como en todas las instituciones, el ideal sería
que la autoridad- la excelencia, el respeto- fueran suficientes. Me recuerda una frase de un senador americano que dijo: “El problema entre judíos y palestinos tiene una solución sencilla. Basta con que todos se comporten como buenos cristianos”. Sería estupendo que docentes y alumnos cumplieran con su deber sin ningún tipo de coacción, motivados hasta el entusiasmo, buscando la excelencia y respetando. Ese debe ser el objetivo. Pero hasta que se cumpla, es inevitable tener que imponer limites, aunque sea ejerciendo la potestad.

Es cierto que hemos ido perdiendo autoridad hasta llegar a unos límites irrisorios. Pero creo que no es más que la manifestación en la escuela de un problema de hondo calado social. Se ha asociado el “ejercer la autoridad” con prácticas dictatoriales trasnochadas que a toda costa han de evitarse, cuando esto no es posible. Pero es la “conciencia social abstracta”, esa que nos llega a través de los medios de comunicación, la que va calando poco a poco hasta favorecer una dejación de funciones que deriva en la paradoja que afirma que la mejor educación es dejar que los niños crezcan como setas para no truncar su desarrollo en libertad. Sin embargo, no podemos entender la libertad sin la formación de criterios, sin la responsabilidad derivada de la toma de decisiones consciente. Actuar a capricho no es ser libres y el niño debe comprender que los actos tienen consecuencias, y asumirlas. Cuando esto no se da en las familias, lo demás nos viene dado. Las causas darían para mucho, y seguiré participando, pero me gustaría descender al aula. Para que un grupo funciones como tal, con independencia de la excelencia o “autoridad moral” de un profesor, resulta imprescindible que los educandos asuman como necesarias unas normas de conducta. Como también es necesario que existan unas consecuencias ante el incumplimiento y que estas estén claras. ¿Qué hacemos cuando sistemáticamente un alumno desoye al profesor, grita, golpea, no abre un libro? Alguna respuesta ha de tener. Pero estas actitudes no pueden ser corregidas sin el apoyo del sistema y, mucho menos, sin el apoyo de la familia. Ni uno ni otro lo tenemos hoy por hoy. Algo se ha avanzado en el sistema cuando se le ha otorgado por ley al Director la potestad de sancionar directamente en casos de faltas muy graves, con independencia de que más tarde, ante una expulsión, por ejemplo, hay de pasar el caso por una Comisión de Convivencia; pero hemos vivido una época en que desde que un alumno abofeteaba a un profesor en clase, hasta que fuera expulsado, pasaron tres meses de tramitaciones burocráticas -el caso es real- en que el alumno continuó en clase como si tal cosa. Hace ya veinte años, un padre me decía: “Si tienes que darle una bofetada, se la das sin más”, hoy un hermano espera a la salida del centro al profesor que había sancionado a la muchacha por fumar en el centro, y le propina una paliza con el aplauso de los presentes -caso real- o un abuelo amenaza al Jefe de Estudios con la garrota -caso real-.
Para que una persona pueda respetar la autoridad de otra ha de estar educada en la apreciación de esa autoridad, no en la negación y el enfrentamiento. El problema es que los alumnos que impiden el normal desarrollo de una clase están adiestrados en la bipolaridad y en la negación. Cuento en Inteligencia natural un caso real muy ilustrativo: una madre acudió a Jefatura de Estudios por una sanción a su hijo: había insultado al profesor en clase. Comenzó a disculparlo cuando el hijo, presente, la calló diciéndole: “Tú te callas, no tienes ni puta idea”. Cuando le dije que no permitiera a su hijo tratarla así, me respondió que su padre también lo hacía. Cuando esto sucede en la familia, difícilmente podemos hablar ni de autoridad ni de respeto al profesor. Pero José Antonio plantea posibles soluciones y algunas van dándose en la modificación de las leyes. A mí personalmente me funciona el no tratar de ser amigo de mis alumnos, sino su profesor, tratarlos con consideración y respeto y procurar entrar cada día con una sonrisa en la cara. Ellos ya tienen muchos amigos, yo puedo y debo ofrecerles otra cosa: pautas de conducta, empatía, conocimiento, recursos y apoyo. Procurar mirar a la persona siempre antes que al alumno y comprender, oyéndoles desde el compromiso humano, que para muchos el mero hecho de acudir al instituto ya es una heroicidad desde sus circunstancias sociales y familiares. No entrar en el juego de la discusión y mantener la voz tranquila y el sentido común. Procurar ser yo mejor persona para poder ofrecerles algo mejor y comprender que el conocimiento es el medio, pero que el fin es formar personas capaces de ser libres y felices. No alzar la voz. Tratar de convencer y aplicar las normas cuando se atraviesan las líneas rojas. Procurar que las líneas rojas estén claras y se conozcan las consecuencias.
Me ayudaría el apoyo de la legislación y el que se implicara a las familias en el proceso educativo. No sé en que momento se dijo aquello de que educar era cosa del cole, pero es el gran error.
José Antonio, planteas un debate sobre el que hay tanto que decir…
Un abrazo,
José Carlos.

Isidro23:50, 23/09/2013

Gracias, José Antonio.
Una aclaración, por si fuera necesaria. No he querido dar a entender que yo no sepa la diferencia entre los conceptos de respeto y autoridad, sino que, en mi opinión, el discurso posmoderno y el “pedagogismo” actual los confunde.
Me alegro de que digas de que la autoridad funda el respeto. Y me alegro porque creo que uno de nuestros más serios problemas en la escuela es que hay una mayoría de padres y de maestros que piensan que el respeto funda la autoridad, lo que nos hace ir a contrapié o dando traspiés.
Para complicar las cosas, también veo claro que son muchos los padres y maestros que piensan que hablar de autoridad es lo mismo que hablar de potestad y poder. Por tanto, son muchos los que se muestran reluctantes o contrarios a recuperar la autoridad: entienden que es lo mismo que recuperar potestad para mandar.
Si pensamos en Velázquez, no dudaremos en reconocerlo como una gran autoridad en el arte de la pintura. Y esa autoridad suscita respeto y admiración en nosotros. La autoridad funda el respeto. La autoridad artística de Velázquez dimana de la percepción de su genialidad con los pinceles. La expresión y habilidad para mostrar sus conocimientos pictóricos lo convierten en una autoridad en materia de arte. El cirujano que sabe cómo hacer bien operaciones quirúrgicas arriesgadas y complejas es una autoridad en cirugía. La diferencia entre un gran pintor y un gran cirujano es que el pintor no necesita de potestad de mando (o no de manera evidente). El cirujano necesita, aparte de saber y saber hacer, de potestad. Si el enfermero no le hiciera caso cuando le pide el bisturí, el cirujano no podría hacer bien su trabajo. Ese médico necesita potestad. Y no digamos elcapitán de un buque. O un juez. El juez no sólo necesita conocer las leyes y emitir laudos juiciosos para granjearse autoridad personal, también necesita de una potestad para hacer cumplir sus decisiones, de un aparato de coerción a su disposición.
¿Cuál es nuestra situación como maestros? Por alguna extraña razón (o no tan extraña) el pensamiento dominante considera que la autoridad del maestro ha de parecerse o ser idéntica a la de Velázquez. Nos ha de bastar con tener conocimientos pedagógicos y psicológicos para ganarnos el respeto y la autoridad ante los niños. Y se supone que entre esos conocimientos no entra el ejercicio de la potestad: ordenar, mandar, castigar, recompensar… Bien, pues nos guste o no, ningún educador puede prescindir de ejercer la potestad con los educandos. Estamos más cerca del cirujano que ordena al enfermero que le dé las tijeras que del pintor que, sin necesidad de dar ninguna orden ni de castigar o recompensar a nadie, es reconocido como una autoridad. Claro, quien crea que la autoridad es sólo capacidad de mando con los alumnos, errará estrepitosamente. Pero nos debería quedar muy claro también que fallará igualmente quien crea que la autoridad del maestro excluye la potestad.

En resumen: la autoridad funda el respeto. ¿Y qué funda la autoridad del maestro? La excelencia, la expresión magistral del conocimiento, la conducta coherente y decente, predicar con el ejemplo, etc. Cierto, pero si bien es verdad que un maestro que abuse de su potestad, no recibirá de sus alumnos más que odio y rencor, el maestro que, por aprensión a ejercer su potestad o su excesiva condescendencia, permita que reine la confusión y la algarabía en su clase, no obtendrá más que mofa y burlas de sus pupilos (si es que así cupiera llamarles).
Los niños son puro deseo y deseo en estado puro. La edad nos lo apaga un tanto, pero en los niños se expresa con todo su fulgor. Y esto es bueno, porque necesitan el deseo para explorar el mundo y hacerlo intelectualmente manejable. Pero esto también significa que harán lo posible por satisfacer sus deseos, y éstos no son siempre buenos, adecuados o pertinentes. El educador no tiene más remedio que frustrar el deseo del niño muchas veces. No le agradará hacerlo, pero es necesario. Unos padres y unos maestros acomplejados en su labor de ejercer la potestad cuando el deseo del niño no es el adecuado, tienen la batalla y la guerra perdidas. Respetar al niño no consiste en dejarle hacer a su antojo, o tolerarle casi todo, ni consiste en no castigarlo. Respetamos su naturaleza cuando comprendemos que él no puede orientarse en este mundo sin alguien que le imponga deberes y obligaciones, tanto si entiende y acepta esos deberes en el momento de la imposición como si no los entiende. Uno de los más graves errores de la pedagogía igualitarista y antiautoritaria es creer que los niños deben entender nuestras indicaciones de inmediato, y que ellos siempre deben obrar por voluntad propia.

Por último, dejo aquí las palabras de una profesora que dirige un intercambio de alumnos con una escuela finlandesa:

“No se acaban de creer cuando digo que en Finalndia no arman escándalo ni en el recreo, y que el instituto de bachillerato con el que hacemos el intercambio ni siquiera tiene timbres para avisar el fin de las clases y que las clases duran 75 minutos…
Siento vergüenza del escándalo, la mala educación y la suciedad de mi instituto.”

Saludos.

jose antonio marina14:14, 23/09/2013

Respuesta a Pepa: Espero que siga participando. Producir efecto social es muy complicado. Y tratar estos temas o lo hacemos nosotros o no lo va a hacer nadie. Desde tu experiencia, ¿no notas una cierta pasividad-conformismo- resignación-pesimsmo en nuestros compañeros? Bajo estas dolorosas actitudes ¿no se habrán emboscado también muchas personas que llegaron a la educación de rebote, sin tener ningún interés en ella, y que convierten en excusas lo que tendría que ser sólo una dificultad?

jose antonio marina14:09, 23/09/2013

Respuesta a Isidro: Siento que en tu interesante post hables de tantas cosas que me es difícil responderlas a todas. La diferencia entre “autoridad” y “respeto” está clara. Como en tantas otros asuntos se trata de un causalidad circular: La autoridad funda el respeto y, a su vez, es reforzada por el respeto. Llamo respeto a la actitud debida ante todo lo valioso y que por serlo merece nuestra atención, nuestro cuidado y nuestra aceptación. Lo merecen los profesores, nuestros padre, los compañeros, el pupitre del cole, los árboles, los animales. Esta actitud, fundamento del comportamiento ético, como señaló Kant, se aprende en la infancia.
El otro tema, que me gustaría tratar en otros post, es el de la “disciplina”. Por supuesto que hay una disciplina que deriva de la “potestad”, del poder coercitivo. No hay nada más estúpido que considerar la tolerancia la principal virtud. Hay cosas tolerables y hay cosas intolerables. Y, por lo tanto, el castigo es un procedimiento pedagógica inevitable, pero que hay que que aplicar con mucha sabiduría y poca irritación. Lo que tenemos que estudiar es que, incluso en este momento,hay profesores que no tienen problemas de disciplina en su aula. ¿Cómo lo hacen? Los docentes NO APRENDEMOS DE OTROS DOCENTES. Y eso es dramático.

pepa18:35, 22/09/2013

Interesantísimo y necesario tema que debíamos haber analizado los enseñantes hace ya bastante tiermpo. Yo, ya estoy jubilada, pero en toda mi trayectoria profesional defendi y luché por el papel referente de la “autoridad” del maestro…Y creo que somos cada uno de nosotros, en nuestra aula y en nuestro Centro, quienes con coherencia, flexibilidad y perseverancia podamos ganarla…¡Ánimo!

Isidro20:58, 20/09/2013

Perdón, se me pasó colgar la dirección del enlace que he comentado. Es ésta:

http://www.youtube.com/watch?v=XpnGHre7r-8

Isidro17:24, 20/09/2013

Estimados amigos:
Antes de nada pido disculpas a Joaquín por el enorme retraso en responder a una cuestión tratada en la anterior entrada. Escribo desde un ordenador prestado. El mío se averió y ya no lo he arreglado. Creo que lo que aquí voy a decir también servirá como respuesta a Joaquín.
La tesis que voy a defender va, me parece, a contracorriente. También en estas cuestiones hay modas ideológicas y creo que nuestro problema es que seguimos una moda que no funciona. Nos hace parecer mejores personas, pero no funciona.
Cuando oigo hablar de autoridad y respeto, no acabo de entender bien a qué nos referimos en cada caso, y, yo al menos, pienso que ambos términos acaban confundiéndose y haciéndose indistintos, cuando no deberían. Por ejemplo, la frase “hemos de ganarnos la autoridad ante el niño” parece tener un significado idéntico al de la frase “hemos de ganarnos el respeto del niño”. Diríase que si nos ganamos su respeto, también nos ganamos la autoridad respecto de él. Y diríase que si uno consigue ganarse la autoridad, eso viene a ser lo mismo, o casi, que ganarse su respeto.
A mí, y disculpad mi franqueza, me parece que estamos errando el tiro. Como dice Marina, cuando nosotros íbamos a la escuela había muchos más alumnos por clase y muy pocos problemas de disciplina. ¿Por qué? Bueno, mi opinión es que los adultos de entonces (padres, maestros, funcionarios del Estado, etc.) no estaban muy preocupados en eso de “ganarse el respeto (o la autoridad) del alumno, sino, más bien, en que éste no les perdiera el respeto a ellos. Al juez tampoco le importa mucho “ganarse el respeto (o autoridad) ante el acusado”. Sí, lo sé, nuestra relación con el alumno o el hijo no queremos que se parezca en nada a la que mantiene el juez con el acusado. Lo entiendo. Pero no puedo menos que decir que el error actual, muy extendido, es el común miedo, políticamente correcto, del adulto a ejercer su autoridad, o, para decirlo con otras palabras, su potestad de mando, su potestad para mandar e imponer sus decisiones. Pero claro, lo que ocurre aquí es que cuando alguien plantea la autoridad en estos términos (aunque yo no pretendo decir, ni mucho menos, que el significado de autoridad se reduzca solo a potestad de mando), siempre hay alguien que te dice que eso es un fracaso. Asi, como vemos, Julio Carabaña, nos dice en tono apodíctico que “Quienes recurren a la autoridad son unos incapaces que no saben enseñar”. Nada menos. ¿No os parece que hay mucho de exageración en estas palabras? Una cosa es que un profesor sea algo así como un sargento, y otra cosa, muy distinta, es que, cuando otras medidas fallen, se tenga que recurrir a la potestad de mando e imposición. Yo le podría replicar a Carabaña: mire usted, sus palabras no me convencen ni merecen mi respeto intelectual; por tanto, si no me convence usted de su tesis, es que es usted un incapaz que no sabe enseñar(me). Mi opinión es que cualquiera que sea la concepción que tengamos de autoridad ante los menores incluye, siempre, la potestad de mando y su ejercicio más o menos frecuente.
¿Hay que respetar al otro, al niño? Evidentemente. Ni le debemos humillar ni maltratar ni nada por el estilo. Pero imponerle ciertas cosas es algo por completo inevitable. Los niños no acuden a clase ni porque allí sean felices ni porque entiendan que deben ir a ella. Van porque se lo imponemos los mayores. ¿Fracasamos? No: entendemos que ellos no suelen tener capacidad para tomar ciertas decisiones ni capacidad para comprender qué es eso del sentido del deber, ni para saber qué les conviene, y actuamos en consecuencia. Esto mejora con la edad, claro, pero ni siquiera siempre lo hace. Los niños finlandeses no van a gusto a la escuela ni son felices en ella, y es comprensible. Yo tampoco voy siempre a gusto al trabajo. No podemos esperar que todo sea agradable en esta vida.
¿Cuáles son, pues nuestros errores? Pues todos los que se derivan de una concepción igualitarista de la enseñanza. El capitán de un barco nos parece, normalmente, un hombre con “autoritas”: sabemos que un título universitario y unos duros exámenes selectivos lo acreditan. Por tanto, le haremos caso en lo que nos diga. Pero si nos pide que nos pongamos el chaleco salvavidas y nos negamos, es evidente que tendrá potestad para imponer su criterio. Y no veo claro por qué ese ejercicio de mando ha de tacharse de fracaso del capitán. Aquí no hay varitas mágicas: en una clase, como en un barco, siempre puede haber algún alumno recalcitrante que con su conducta impida dar una clase en condiciones. Ahora bien, si alguien me dice que la potestad es siempre un fracaso, le pediré que me demuestre cómo se las puede apañar un maestro sin potestad de mando.

Hasta donde yo sé, los maestros de los países que mejor funcionan en materia de educación, son intocables. En Corea gozan de enorme prestigio y creo recordar que hay un dicho que advierte al alumno que “al maestro no se le pisa ni la sombra”. En Japón, los alumnos, cuando entra el maestro en clase, se ponen de pie. Creo que en Alemania pasa otro tanto. Aquí nos conformaríamos con que dejaran de gritar y de tirarse bolas de papel. Y esto pasa porque tienen claro que el maestro y el alumno no son iguales. No, el maestro está por encima del alumno. No es que su vida valga más ni sea más digna ni nada por el estilo. Las vidas valen todas lo mismo por principio ético. Sí, pero en esa situación el maestro es incuestionable (conductas excepcionales a parte). Aquí hemos intentado allanar y eliminar distancias simbólicas entre el educador y el educando, y así nos va. Hemos creído que una democracia no debe haber jerarquías, que es tanto como decir que no debe haber autoridades. ¿Cómo vamos a tener autoridad ante los niños si partimos de la creencia de que toda autoridad es mala y antidemocrática? No hay autoridad posible sin jerarquía. O lo que es lo mismo: no hay autoridad posible sin potestad de mando. Y como por estos pagos creemos en cosas tan raras como “autoridades horizontales”, difícilmente podemos ir hacia adelante.

A mi juicio no deberíamos estar preguntándonos qué debemos hacer para “ganarnos” la autoridad, sino, más bien, qué estamos haciendo tan mal como para haberla perdido ante los niños. Lo que quiero decir es que el niño ya nace predispuesto a tenernos en consideración, a prestarnos atención, a imitarnos. Explicaba Richard Darkins que, al parecer, los niños pequeños, por naturaleza, tienden a hacer caso al adulto que les cuenta algo con un cierto tono de voz serio y grave. Pero, andando el tiempo, y por culpa de eliminar la distancia simbólica que siempre debe separar al educador del educando, los críos acaban considerándonos sus iguales, que es tanto como decir que hemos perdido la autoridad original de la que partíamos. Hemos dilapidado el capital de que disponíamos y que obraba en nuestro favor. No es que los padres de hoy o los maestros no respeten a sus hijos. No, no, nada de eso. La mayoría de ellos los tratan con sumo respeto, abundando en peticiones muy respetuosas, abundando en intentos de diálogo y hasta en constantes preguntas sobre la opinión del crío… Si hoy tenemos un problema de disciplina con los críos, no será porque los adultos de hoy traten a los críos sin respeto.
Afirmo, pues, que, si bien la autoridad no es lo mismo que potestad de mando, no hay autoridad que no la incluya y la precise. Es más: toda autoridad ha de ser vista como una distancia entre quien la posee y quien no la posee. Si no se percibe ninguna distancia, es que no la hay. La potestad de mando es un derecho de la autoridad. Si un niño percibe a su maestro como a un compañero, como a un igual, mal negocio. El compañero de clase y de juegos, el igual, no tiene ninguna autoridad sobre el niño; de modo que un maestro que sea percibido como uno más de la clase, sí que será un incapaz que no puede enseñar. ¿Entrará el niño en clase porque su compañero, su igual, se lo pida? Todos sabemos la respuesta: los iguales no tienen autoridad.

La potestad no es suficiente para que las cosas marchen bien, pero sí es necesaria. En ocasiones, muy necesaria. Esencial, diría yo, y sobre todo hoy.
El hijo o el alumno deben de ser conscientes de que el padre o el maestro impondrá su criterio por la fuerza si de grado no es respetado, y que esto se hará sin hesitaciones o nocivas dilaciones. Si esta necesaria percepción de la autoridad falla, fallará la autoridad misma, no habrá autoridad.
Pienso, pues, que pocas cosas nos están fastidiando más la educación que la errónea creencia de que la autoridad hay que ganársela sin el recurso de la potestad. Mucho antes de que los niños puedan entender por qué somos una autoridad para ellos, saben que tenemos potestad de mando sobre ellos. Es la potestad de mando la que va por delante de cualquier otra demostración. El niño, desde muy pequeño, comprende intuitivamente la dependencia que tiene del adulto, y que es éste quien le organiza la vida sin que, necesariamente, ese niño haya de comprender el porqué de cada decisión del padre. Lo que el niño experimenta es que el padre manda y organiza su vida. Pero cuando esto deja de ser así por culpa de una concepción igualitarista de la educación, el niño deja de percibir al adulto como alguien que, con firmeza y sin complejos, le ordena la vida. Y por esa grieta se nos cuela la mala educación.
En mis tiempos mozos, los adultos nos censuraban muchas cosas, continuamente. No necesariamente nos castigaban por todo, pero no eran raras las amonestaciones y los apercibimientos. En la escuela no hablábamos si no nos lo permitía el maestro. En casa, a la mesa, no podíamos poner los codos sobre ella, ni hablar con la boca llena, etc. Los adultos nos cortaban la espontaneidad. Eso hoy se ve como una coartación intolerable de la libertad del niño, como una aberración educativa que limita el natural desarrollo del niño. Es verdad que podemos caer en un extremo poco recomendable. Pero pienso que no podemos lograr que un niño aprenda a ser disciplinado si no aprende a controlar sus muchas conductas inadecuadas. La espontaneidad no es sinónimo de libertad, pero aquí creemos que sí. Espontánea es el bebé que hace las cosas sin ningún control, pero no es libre, como no lo es el animal. El caso es que aquella educación que corregía constantemente la espontaneidad del alumno pasó a mejor vida. Fue sustituida por una concepción igualitarista y libérrima de la educación. No hay que reprimir al niño, so pena de que se frustre, nos dijo la psicoanalista Dolto. La espontaneidad del niño, nos dicen los pedagogos de corte progresista, es su mejor capital intelectual. Queremos y reclamamos libertad para el niño.
Estimados compañeros, estamos metidos de lleno en un error garrafal. Los niños de Japón son callados y circunspectos, como lo son los de Alemania. Diré más: los niños de Finlandia son, probablemente, los más callados y reservados del mundo. ¡Qué enorme contraste con los niños de aquí! Tenemos los más espontáneos y ruidosos niños de Europa. Gastamos un 16% de nuestro tiempo lectivo en intentar que los críos guarden un poco de silencio para poder dar la clase. ¿Y por qué son tan sumamente callados y reservados los niños fineses? (Ojo, son tan extremadamente reservados que hay quien cree que eso es ya por demás, que es demasiada la reserva de esos niños). ¿No será algo genético? No descarto que pueda haber algo biológico en ello. Pero me inclino a pensar que, aparte una posible influencia genética, lo que ocurre es que los niños fineses han sido mil veces corregidos por sus adultos, hasta el punto de que, desde una tierna edad, ya se saben controlar a sí mismos y guardar silencio cuando se precisa. Son, pues, muy disciplinados.
¿Y qué hay de los alumnos chinos, coreanos, etc.? ¿De verdad cree alguien que por aquellos lares se permite a los niños las muestras de espontaneidad que les permitimos por aquí? Los alumnos de Shangai son, como mucha diferencia, los mejores en las pruebas de PISA. Hay quien critica que allí la educación esté muy centrada en el examen y la competición, que no sean demasiado creativos. Bueno, los chicos de España no podrán ser muy creativos con materias que desconocen. Seguramente, no queremos para nosotros una educación tan competitiva y disciplinaria, tan restrictiva. Pero lo que cabe esperar es que sean los alumnos asiáticos quienes desarrollen la mayor parte de la actividad científica en un futuro no muy lejano. Nosotros, tan encantados con la espontaneidad de los niños, estaremos a años luz de distancia de la creatividad de unos alumnos que conocen al dedillo la materia de estudio.

Os dejo aquí un vídeo en el que una chica finlandesa que vivió en España da una conferencia en Chile sobre la educación en Finlandia. Al final del vídeo, si no recuerdo mal, es cuando dice que los alumnos de su país son excesivamente callados y reservados. Y también por el final afirma que los chavales fineses no son felices en la escuela. Creo que da para meditar y cuestionar los dogmas del igualitarismo y el canto a la espontaneidad.

Saludos.

jose antonio marina17:50, 19/09/2013

Respuesta a Vicente Bou: Tienes razón: la potestad se basa en el poder coactivo, mientras que la auctoritas se basa en el respeto suscitado. Esa tenemos que ganárnosla. Lo que dices sobre la carretera equivocada no lo entiendo muy bien. Creo que tiene razón Machado: No hay camino. Hacemos nosotros el camino al andar.

jose antonio marina17:47, 19/09/2013

Respuesta a Pedro: En efecto, la reputación hay que ganársela. Eso es lo que he llamado “autoridad personal”, es decir, la que depende del comportamiento de una persona. En este post quería hablar de otra “reputación” o “autoridad”: la que se recibe de la institución, en este caso, de la escuela. Esa se tiene por la función que se ejerce y, por supuesto, se pierde o se refuerza por el comportamiento de cada uno. Es verdad que el respeto que mostremos hacia nuestros alumnos ayudará a que, de hecho, nos respeten. De eso trataremo en otros post. Ahora, para aclarar los conceptos, me gustaría centrarme en el aspecto social_ ¿cómo podemos recuperar el respeto de la sociedad?

Vicente Bou Ayllón18:10, 18/09/2013

Conviene distinguir dos conceptos nacidos en la antigua Roma-: potestas y autoritas. Porque no es lo mismo influir en los demás por la posesión de un título-rango-posición que se impone mediante coerción formal desde arriba-hacia-abajo…, que por relacionarse con el grupo con tal actitud de servicio que de ellos se recibe la autoridad informal (de abajo-hacia-arriba) que nos permite tener seguidores que colaboran voluntariamente en lugar de sumisos-esclavos difícilmente entregados-implicados a la causa.

Para acabar un proverbio centroeuropeo para cuestionar el -muy cuestionable- paradigma sobre el que se sustenta la Enseñanza: “¿Qué sentido tiene correr cuando estamos en la carretera equivocada?” ¿No estaremos reparando una carretera inhumana que en el fondo desconfía y teme de las capacidades de los alumnos?

Pedro Goni18:02, 18/09/2013

Hola José Antonio. Muchas gracias por el artículo, un pequeño aporte.
La autoridad tiene que ver mucho con el respeto y la reputación. El respeto mutuo entre profesor y alumno. Para que nos respeten, lo primero es respetar a los demás. Este es el primer contrato que deben firmar alumno y profesor. Ver los objetivos que tiene cada uno e intentar llegar a un “acuerdo” en la forma de proceder. Generalmente éste se formaliza implícitamente con el trabajo del día a día. Pero si es necesario debemos hacerlo explicito.
La reputación se construye a lo largo del tiempo, siendo constante y coherente en los objetivos profesionales de cada uno. En una palabra trabajando y comprometiéndose con unos objetivos que sean respetados por el grupo y si son compartidos, mejor.

jose antonio marina20:08, 17/09/2013

Por supuesto, pero de eso hablaremos en entradas posteriores. Cuando yo estudiaba, había más alumnos por aula y muy pocos problemas de disciplina. Lo que me interesa averiguar es qué ha cambiado. En ese cambio ha habido cosas muy buenas y justas, ¿cuales son las malas y como podríamos evitarlas?

Maricarmen Lagunes14:58, 17/09/2013

El tema se vuelve dificil si agregamos la carencia de valores que existe en los hogares en la actualidad. Si el alumno no respeta ni sigue normas en casa, establecidas por los padres o tutores, es casi seguro que no lo hara dentro del aula. Si ademas sumamos la negacion de los padres ante una sancion, como resultado de su compensacion por ausencia en casa, por su falta de autoridad misma, se vuelve todo un conflicto escolar. Trabajo en un colegio particular, de prestigio y reconocido. Y a pesar de todas las estrategias, lineamientos y normativa, seguimos encontrando este problema.

Veronique22:08, 16/09/2013

Me gusta tu apreciación, pero muchas veces hay factores que contribuyen a la indisciplina como por ejemplo en una aula de clase con 45 educando

Pedro Ramos17:41, 16/09/2013

Como siempre brillante, enhorabuena. Es esencial esa distinción entre autoridad institucional y autoridad personal. Lo que detecto en muchos compañeros es que se escudan en la falta de autoridad institucional para dejar de pensar en cómo mejorar esa parte que depende del mismo profesor.

Adania Guanche13:58, 16/09/2013

No es lo mismo la autoridad que el autoritarismo. Este último supone la imposición, no por la sabiduría ni por el prestigio, sino por el poder.

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