Por José Antonio Marina
Todos hemos tenido la experiencia de desear hacer algo y no querer hacerlo. En ese caso, necesitamos controlar el impulso. No se trata de que todos los impulsos sean malos, sino de que necesito someterlos a deliberación para saber si debo aceptarlos o no. Nos encontramos con el fenómeno más elemental de lo que tradicionalmente se había llamado “voluntad”.
En El misterio de la voluntad perdida anuncié el retorno de este concepto, que la psicología había desdeñado en la primera mitad del pasado siglo. Así ha sido. Al hablar de “funciones ejecutivas” estamos hablando de una teoría analítica de la voluntad, que ya no es una facultad innata, sino una serie de funciones aprendidas.
Llamamos “impulsiva” a una persona que tiene dificultad para controlar sus impulsos. Es decir, pasa del deseo a la acción. Es difícil saber cuándo esta dificultad llega a ser patológica. Todos los niños pequeños son impulsivos y deben aprender a regular su conducta. Pero la impulsividad también puede ser un rasgo temperamental, asociado al déficit de atención o a la hiperactividad.
Para el DSM (el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales), la impulsividad excesiva del niño se manifiesta al menos por tres de los siguientes síntomas: a menudo actúa antes de pensar, cambia con excesiva frecuencia de una actividad a otra, tiene dificultades para organizarse en su trabajo, necesita supervisión constantemente, con frecuencia levanta mucho la voz en clase, le cuesta guardar turno en los juegos o en situaciones de grupo.
Todos estos síntomas pueden ser de mayor o menor gravedad, pero todos ellos delatan una debilidad de las funciones ejecutivas del niño o del adulto. Russell Barkley, tal vez el mejor especialista en déficit de atención e hiperactividad, ha indicado que estos trastornos forman parte de un trastorno más amplio: el de las funciones ejecutivas.
En los programas que he redactado para la Universidad de Padres, distingo entre “trastornos” y “problemas”. Los trastornos tienen una raíz biológica y deben ser tratados médicamente. Los problemas tienen una raíz educativa y deben ser tratados educativamente. Esto sucede en el tema de la impulsividad.
Tenemos muchos métodos para educar la inhibición de los impulsos: los elaborados por Barkley, Meichembaun, Gagné, Leong, Bodrova entre otros. Creo que todos los docentes deberíamos conocerlos y tengo la esperanza de que la educación de la voluntad –de las funciones ejecutivas- se introduzca en los currículos normalizados.
Adele Diamond, profesora de Desarrollo Infantil en la Universidad de la Columbia británica ha estudiado la eficacia de cuatro diferentes didácticas de las funciones ejecutivas: el programa Tools of the Mind, el método Montessori (que incluyó estas funciones cuando nadie hablaba de ellas), el programa PATHS (Promoting Alternative Thinking Strategies) y el Chicago School Readiness Project.
Diamond considera que la incapacidad de los niños para controlar sus impulsos emocionales y cognitivos es el germen del fracaso escolar y que por eso debemos tomarnos este asunto en serio. He recogido información sobre estos métodos en mi libro La inteligencia ejecutiva.