Por Jose Antonio Marina
Uno de los acontecimientos más sorprendentes de la historia de la psicología fue la eliminación del concepto de voluntad en la primera mitad del siglo XX. Nadie protestó, porque fue sustituido por un concepto que parecía más claro, más operativo y menos contaminado de elementos morales: “motivación”.
El concepto no resultó tan claro como parecía, y estuvo a punto de eliminarse en los años 70. Pero se consolidó, aunque sometido a un vaivén de adjetivos: motivación intrínseca, extrínseca, de logro, de maestría, de afiliación, de poder, dirigido a metas, dirigido al aprendizaje, etc. Bajo esa proliferación conceptual, la definición de motivación era sencilla: las ganas de hacer algo.
El éxito de este concepto resultó nefasto para la educación, porque dejaba sin resolver una pregunta: ¿Se puede realizar una acción, aunque no se esté motivado para hacerla? Durante mucho tiempo se ha estado diciendo que no se puede, lo que nos situaba a todos en una libertad precaria, porque no podemos suscitar las ganas, aunque tengamos ganas de tener ganas.
Esta afirmación choca con la evidencia: todos hacemos cosas para las que no estamos efectivamente motivados, pero que creemos que tenemos que hacer. ¡Claro que sería estupendo hacer todo con ganas! Ya lo dijo Ortega: “Es triste tener que hacer por deber lo que se podría hacer por entusiasmo”.
Las cosas están cambiando. Algunos psicólogos alemanes, como Julius Kuhl y JurgenBeckmann, comenzaron a distinguir entre “motivación” y “volición”, considerando que esta última es la que llevaba a la acción.
En el modelo de inteligencia ejecutiva que estamos desarrollando, y del que ya he dado cuenta en este blog, creo que las cosas quedan más claras. Las funciones ejecutivas consiguen dirigir las operaciones cognitivas y afectivas hacia metas elegidas. Esa elección puede ser en frio, porque nos parezca que son buenas, aunque no despierte ninguna emoción inmediata.
Las funciones ejecutivas son las encargadas de movilizar toda nuestra maquinaria mental para conseguirlo: fijan la atención, gestionan las emociones, intentan relacionar la meta con motivaciones ya establecidas, crean hábitos, inhiben respuestas impulsivas, soportan el esfuerzo, mantienen en la memoria el premio esperado, planifican premios, organizan refuerzos exteriores para ayudarse en la tarea, etc.
Todo este conjunto de funciones constituye el nuevo concepto de voluntad.
La voluntad no es una facultad con la que se nace, sino un conjunto de funciones ejecutivas que se van adquiriendo –con mayor o menor eficacia- a lo largo del proceso educativo.
La adolescencia es una etapa especialmente importante para la consolidación de estas funciones, porque es cuando maduran los lóbulos frontales, que es su sede neuronal. De esto trata el Seminario on line sobre el desarrollo del talento adolescente, que comenzará el 2 de marzo, organizado por la Fundación Universidad de Padres, con la ayuda de la Fundación SM. Todavía podéis inscribiros. Podéis pedir información a [email protected]