Memoria

La gestión de la memoria

Por Jose Antonio Marina

Para todo docente, la memoria es la materia prima con la que trabajamos. Es la facultad que hace posible la educación. Últimamente tiene mala fama, parece que si quieres ser innovador tienes que ser crítico con el aprendizaje que se vincula a la memorización. Pero esto es una falacia: no hay aprendizaje sin memoria.

Es la herramienta más potente que tiene la inteligencia. Gracias a ella aprendemos y podemos progresar. Queremos que nuestros niños y adolescentes se conviertan en “aprendedores expertos”. Lo necesitan para tener éxito en sus estudios y en su vida. El mundo va muy rápido y van a tener  que seguir aprendiendo siempre. Conviene que lo hagan con eficacia. Nosotros también, por supuesto.

Nos resulta difícil comprender cómo funciona la memoria porque pensamos en ella a través de metáforas engañosas. En primer lugar, pensamos que es una facultad autónoma. Los antiguos decían que el alma tenía tres potencias: memoria, entendimiento y voluntad. Se consideraba que la memoria era una facultad especial, como un almacén o un archivo en el que guardábamos la información. No es así.

La memoria es una propiedad de todo el sistema nervioso. Cualquier acción, mental o física, deja su huella en nuestras neuronas. Esa presencia puede ser más o menos duradera, más o menos  poderosa. Lo importante es comprender que  la inteligencia es memoria, la percepción es memoria, las emociones son memoria. Una de las funciones de la memoria es guardar información y recuperarla. Pero esta es sólo una de sus funciones.

Un buen ejemplo para comprender el trabajo de la  memoria es la “memoria muscular”.  Cuando un jugador de baloncesto, un futbolista, un tenista, se entrena, está aprendiendo rutinas musculares que le permitirán después jugar con destreza. Su sistema nervioso/muscular ha asimilado esos hábitos musculares, y los utilizará durante el juego. Así funciona la memoria.

Podemos utilizar una metáfora más moderna. Aprender algo es como introducir una aplicación nueva en nuestro móvil. Nos permite recibir mensajes, enviar mensajes, buscar información, jugar, realizar operaciones. Pero si el móvil no tiene batería, aunque todo eso esté guardado en su memoria no sirve para nada.
  
Siendo la memoria nuestro gran “capital intelectual” debemos aprender a invertirla bien, a gestionarla de la manera adecuada. Cada edad tiene una manera de hacerlo.

  • Durante la infancia, la memoria es poderosa, brillante y dirigida desde fuera. El niño aprende todo y los adultos intentamos  dirigir ese aprendizaje. 
  • Durante la adolescencia,  los chicos y las chicas deben aprender a tomar los mandos de su memoria, a conocer sus recursos y sus propias peculiaridades, y a saber  sacar el mayor partido de ellos. Es la gran etapa para desarrollar las funciones ejecutivas, que se encargan de “invertir bien” las capacidades personales.
  • Durante la edad adulta cambia también la gestión de la memoria. La memoria se especializa,  experimentamos una posible reducción de la capacidad de aprendizaje que, sin embargo, puede ir acompañada de una mayor eficiencia.
  • La  ancianidad produce un nuevo cambio en la gestión de la memoria. En personas sanas disminuye la capacidad de aprendizaje, pero no tiene por qué disminuir la eficiencia si se aprovechan bien las herramientas de gestión.

Los animales aprenden de manera automática, siguiendo unas pautas neuronalmente establecidas. Por ejemplo, asocian experiencias. Asociar es uno de los mecanismos de aprendizaje más universales. ¿Recuerdan los reflejos de Pavlov? Un perro saliva cuando ve un plato de comida. Si cada vez que se le presenta la comida suena una campana, el perro acaba salivando sólo con oír la campana.  Los delfines que vemos hacer cabriolas en los parque acuáticos han aprendido a hacerlas porque cada vez que realizaban un movimiento cercano a lo que su entrenador quería, éste les daba un premio, un reforzador.

Los premios y castigos esculpen el comportamiento. Nosotros también tenemos estos mecanismos de aprendizaje (que se llaman condicionamiento reflejo y condicionamiento operante), que actúan de forma automática y por presión del entorno. Pero, además –y esta es la gran novedad- podemos dirigir nuestro aprendizaje, podemos decidir lo que queremos aprender y podemos utilizar estrategias para conseguirlo. De esto se encargan las funciones ejecutivas, que nos permiten gestionar nuestra memoria. Gracia a ellas, podemos dirigir el propio aprendizaje y la propia recuperación y utilización de lo aprendido.

El niño o el adolescente debe comprender que la memoria es un recurso maravilloso que tiene que aprender a manejar, para lo cual necesita  conocer cuáles son sus fortalezas y sus debilidades. Nosotros debemos ayudarle a organizar bien su aprendizaje. Todos sabemos que si no progresamos nos desanimamos. Lo mismo sucede a nuestros hijos o alumnos. Debemos facilitar las cosas para que sientan que están aprendiendo y llamarles la atención sobre este hecho.

El cerebro considera “aprender” como un premio. Nuestro cerebro está hecho para aprender. Disfruta cuando lo hace. Los niños se esfuerzan por aprender. Los adolecentes también. Sin embargo,  se ha producido una dramática confusión. Hemos confundido APRENDER con ESTUDIAR. Y como a muchas personas no les gusta estudiar, sacamos la consecuencia de que no les gusta aprender. Eso es falso.

¿Os habéis fijado con qué rapidez e interés han aprendido vuestros alumnos a utilizar sus móviles, sus tabletas, las nuevas aplicaciones? Hay que recordarles –y debemos recordarnos- que ese es también un “proceso de aprendizaje”, pero que lo han hecho sin tener conciencia de que estaban “estudiando” o de que estaban “entrenándose”.

Si no tenemos presente la meta (aprender, sentirse orgulloso,  adquirir competencia o triunfar), no vamos a animar a nadie a que estudie. Por eso es importante que el lenguaje que utilicemos no sea el del “deber de estudiar”, sino el de la “pasión de aprender” o la “pasión por progresar”.

Gestionar la propia memoria es una de las granes funciones ejecutivas que debemos fomentar. Desde el punto de vista didáctico tiene dos grandes objetivos:
1. Ayudar a que el alumno construya bien su propia memoria, no sólo la de conocimientos, sino también la memoria de procedimientos, los hábitos que van a mejorar su eficacia, los esquemas emocionales con que interpretará sus experiencias.
2. Ayudar a que el alumno sepa aprovechar su mejoría, buscar, trabajar con ella.

Me atrevo a hacer una afirmación que tal vez parezca excesiva: ampliar los esquemas de la memoria, expandir sus hábitos operativos es, literalmente, ampliar la inteligencia, convertirla en talento. 

De eso se trata.

 

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