Pensar

ICOT y aprender a pensar

Por Jose Antonio Marina

Karl Popper defendía una especie de darwinismo de las teorías. Debían competir entre ellas para que sobreviviera la más fuerte. Esa es la razón de este careo entre la Teoría Ejecutiva de la Inteligencia (TEI) que defiendo y las que sostienen el resto de los participantes en ICOT 2015 (International ConferenceonThinking). Uno de los temas estrellas es “aprender a pensar”.

Intervienen varios de los patriarcas de esta disciplina. Robert Sternberg diseñó el programa PIFS (PracticalIntelligenceforSchools);  Edward de Bono es autor del programa CorT; Gardner y Perkins han dirigido el Proyecto Zero, de Harvard;  Robert Swartz y Arthur Costa, proponen el Aprendizaje Basado en el Pensamiento. Participa también RabbiRafiFeuerstein, hijo y continuador de la obra de RavenFeurstein: el Programa de Enriquecimiento Instrumental.

Siempre se ha querido enseñar a pensar bien. De ello se encargaron durante siglos varias disciplinas filosóficas, como la Lógica, la Retórica y la Dialéctica. De hecho, la filosofía moderna comienza con un libro dedicado a este tema, el Discurso del Método  de Descartes. Pero en la segunda mitad del siglo XX, es la psicología quien se ocupa del tema con gran éxito de crítica y público. Aún recuerdo el entusiasmo con que en mi juventud leí el libro pionero de Jerome Bruner A study of thinking, sobre la formación de conceptos y las obras de PhillipJonhson-Laird sobre los “modelos mentales”, la inducción y la deducción.

El auge de estos estudios se explica porque unió un aspecto teórico y un aspecto práctico: los procesos intelectuales se podían estudiar y la inteligencia se podía mejorar. Contribuyeron al triunfo  tres factores: (1) la aparición en tromba de la psicología cognitiva, tras la derrota honrosa del conductismo, (2) la sorprendente aparición de las investigaciones sobre Inteligencia Artificial, que transfundieron posibilidades y montañas de dinero, y (3) los descubrimientos neurológicos sobre la plasticidad del cerebro, que mostraban que la inteligencia podía mejorarse con el entrenamiento debido.

Aparecieron literalmente cientos de métodos para aprender a pensar, mejorar la inteligencia, desarrollar las capacidades, que dieron lugar a una industria boyante que no ha cesado de crecer. Una proliferación en la que conviene separar el trigo de la paja, cosa que hicieron autores como  Nickerson, Perkins y Smith en su The Teaching of Thinkingo Maclure y Davies en su Learning to Think, Thinking to Learn. En la historia que os estoy resumiendo hay para mí una fecha simbólica.

En el año 1979, el gobierno de Venezuela tiene la inaudita ocurrencia de crear un Ministerio de Desarrollo de la Inteligencia, y su titular, Luis Alberto Machado, solicita del Departamento de Pedagogía de la Universidad de Harvard la elaboración de un programa para enseñar estrategias cognitivas a los alumnos de Secundaria. Surgió así el Proyecto de Inteligencia U Odissey, que fue dirigido por Nickerson, Perkins y otros especialistas.

Con el tiempo, los problemas se han decantado. Acerca de la enseñanza de la actividad de pensar, existen tres posiciones. Los que piensan que la mejora es un resultado del mero ejercicio de pensar, los que piensan que puede enseñarse directamente a pensar como una materia independiente, y los que piensan que puede enseñarse directamente, pero a través de los currículos educativos normales. Creo que en el primer grupo están los piagetianos, en el segundo programas como el de Feuerstein y el de Edward de Bono, y en el tercero los de Swartz y Costa.

Seguiré analizando estas propuestas en sucesivos post, pero ahora sólo quiero señalar una diferencia esencial entre estos programas y la Teoría Ejecutiva de la Inteligencia. La historia de la psicología se mueve por oposiciones  con frecuencia injustificadas. Durante decenios, el conductismo se centró en la acción, sin tener en cuenta el pensamiento; y ahora, durante decenios, la psicología cognitiva se centra en el pensamiento y descuida la acción. Os pondré un ejemplo.

En el modelo de Robert Swartz y Arthur Costa ( Aprendizaje basado en el pensamiento) se señala que hay tres importantes tipos de pensamiento que deberíamos enseñar a nuestros alumnos a realizar con destreza:
 1.- Conceptualización. Objetivo: comprensión profunda.
2.- Resolución de problemas: Objetivo: encontrar la mejor solución para un problema determinado.
 3.- Toma de decisiones. Objetivo: elegir la mejor acción.

Para la TEI esto es insuficiente porque olvida la etapa definitiva: el paso del pensamiento a la acción. Se confunde la “toma de decisiones”, que es un acto cognitivo de elección entre alternativas, con la realización de esa decisión. Todos los que han tomado la decisión de adelgazar, hacer ejercicio, dejar de fumar, o aprender inglés, saben perfectamente la diferencia que hay entre ambos fenómenos.

Pero hay otro aspecto quizás mas importante todavía: pensar es una acción, y por lo tanto está incluido dentro de una teoría de la acción. Las funciones ejecutivas (activación neuronal, aplicación de la atención, inhibición del impulso, planificación, gestión de la motivación, inicio y mantenimiento de la acción, flexibilidad, etc.) son comunes a la acción mental (pensamiento) y a la acción física.

Por cierto, detecto aquí otra curiosa “superstición” psicológica (superstición significa “superviviente”).  Durante siglos se admitió la distinción entre inteligencia y voluntad. La inteligencia proponía y la voluntad realizaba. Cuando la idea de “voluntad” entra en crisis, la inteligencia se identifica con la cognición a secas. Años después, para paliar esta carencia, se pone el parche de la “inteligencia emocional”.

Ahora, por fin, y gracias a la tenacidad de las neurociencias,  la “voluntad” se integra en la noción misma de inteligencia, a través de la Teoría Ejecutiva de la inteligencia. Se une lo que nunca debió separarse. No olvidéis que la función esencial de la inteligencia no es conocer, sino dirigir bien la acción. Nunca es tarde si la dicha es buena.

Aquí lo dejo. Continuará.
 

 

 

 

 

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