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Más sobre memoria y aprendizaje

 Por José Antonio Marina

Aprender es un cambio duradero producido en un organismo por una experiencia o  una acción, y transferible a otras situaciones. Los animales aprenden espontáneamente. El ser humano, también. Pero, además, puede decidir lo que quiere aprender. Así se ha transmitido la cultura. Educar es, ante todo, construir una memoria. Cuando nace un niño, nace un cerebro preparado para aprender.

Es evidente que no todos los niños son iguales. Les diferencia (1) el sexo, (2) algunas características de su sistema nervioso (posiblemente la velocidad de transmisión de los impulsos nerviosos, y la capacidad de memoria), y (3) el temperamento, conjunto pautas estables para responder a los estímulos afectivos. A partir de esta “personalidad recibida” genéticamente, la educación va a construir el carácter, la “personalidad aprendida”, que es el conjunto de hábitos cognitivos, afectivos y operativos que un niño adquiere.

Un niño agresivo ha aprendido su agresividad, a partir de su temperamento. El temperamento hace que resulte a los niños más fácil aprender unas cosas que otras, pero no  determina totalmente ese proceso. Gemelos educados en distintos ambientes pueden desarrollar niveles diferentes de agresividad.

Para  comprender la complejidad de la memoria, debemos integrarla en una “Teoría ejecutiva de la inteligencia”, que nos proporciona el modelo más integrador de cómo funcionamos. La inteligencia se estructura en dos niveles. En el nivel básico se realizan las operaciones de captar y elaborar información interna y externa. No sabemos cómo funciona, y, por eso, a ese nivel se le denomina el “nuevo inconsciente”, constituido por el conjunto de operaciones cognitivas que realizamos sin saber cómo lo hacemos.

¿Cómo organizamos nuestra memoria? ¿Cómo buscamos las palabras  para construir una frase? ¿Cómo procesamos las emociones? El calificativo “nuevo” solo pretende distinguirlo del inconsciente psicoanalítico. Una pequeña parte del resultado de esas operaciones pasa a “estado consciente”. Un ejemplo: me despierto y recuerdo que tengo que ir  clase, pero que me siento cansado y desanimado. Esto es el resultado consciente de una compleja elaboración no consciente. No sabemos por qué se nos ocurren las cosas, pero empezamos a saber cómo hacer que sea más probable que se nos ocurran unas que otras.

Sobre esa información en “estado consciente” empieza a actuar el piso superior de la inteligencia. Allí se evalúa la información, se la compara con las metas que están vigentes, se la acepta, se la rechaza, se procura cambiarla. Podemos llamar al primer nivel “inteligencia generadora”, porque produce ocurrencias conscientes, y al segundo nivel “inteligencia ejecutiva”, porque decide qué hacer con lo que la inteligencia generadora le proporciona.

Por ejemplo: en este instante, la inteligencia generadora me dice que debería dejar de escribir y marcharme a pasear, porque  hace un día soleado y luminoso. La inteligencia ejecutiva lo compara con las metas que he aceptado (tengo que escribir este artículo) y tiene que decidir si cumplo mi compromiso o mi deseo. La atención, el mantenimiento del esfuerzo, la gestión de las emociones, dependen de la inteligencia ejecutiva. La impulsividad, la hiperactividad o el déficit de atención son alteraciones de las funciones ejecutivas.

¿Y qué tiene que ver todo esto con la memoria y el aprendizaje? Todo. Mediante el aprendizaje configuramos la inteligencia generadora y la inteligencia ejecutiva. En esto consiste lo que he llamado la “nueva frontera de la educación”. Una parte de ella tiene como objeto la “educación del inconsciente”, es decir, de la fuente de nuestras ocurrencias; la otra, la educación de las funciones ejecutivas. Si educamos bien la inteligencia inconsciente, es decir, la que nos proporciona  ocurrencias que no sabemos de dónde vienen, estamos fomentando la capacidad de comprensión, de innovación, de ajuste emocional. Si educamos bien la inteligencia ejecutiva, estamos favoreciendo la consolidación de los criterios de evaluación, de la capacidad de tomar decisiones, y de mantener el esfuerzo.

Esto cambia el sentido del aprendizaje y de la educación, porque les dan  una profundidad superior a la que creíamos. Para complicar las cosas,  entre ambos niveles de inteligencia –la generadora y la ejecutiva- aparece un espacio de transcendental importancia, pero muy difícil de estudiar. Los expertos lo denominan “working memory”, memoria en acción. Pero también podría llamarse “campo de conciencia”. Es el escenario consciente donde trabajamos.

Por utilizar una metáfora un poco tosca, la “mesa de trabajo” sobre la que podemos trabajar sobre los contenidos conscientes que nos vienen de la percepción y de la memoria a largo plazo.  MT es la memoria de trabajo, que como se ve no tiene mucho espacio. Y MP es la memoria permanente.
Es posible que esto os parezca muy complicado. No es culpa mía. Henri Bergson, un gran filósofo, que fue además premio Nobel de Literatura, consideró tan incomprensible lo que hace la memoria humana que afirmó que era necesario admitir un alma espiritual para explicarlo. ¡Ahí es nada! Soy más humilde y me limito a afirmar que hay una memoria no consciente, una memoria ejecutiva, y un espacio (el campo de consciencia) donde ambas interactúan. Y que la educación trata de las tres.  Seguiré hablando de ello.

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